Recientemente falleció
uno de los mejores profesores que tuve en la Universidad de Cartagena: el Dr.
Luis Jerónimo Espinosa Hackermann, quien impartió sagradamente durante muchos
años la cátedra de Derecho Procesal Civil. Siempre me tuvo paciencia, nunca le
perdí un parcial y después de ser su estudiante me orientó en el primer empleo
que tuve. Le hacía la perseguidora en los pasillos de la Facultad para
que me revisara las demandas y me aconsejara sobre estrategias litigiosas.
Nunca dejó de sonreír, ni siquiera cuando en plena clase se le hurtaron su móvil
en donde tenía acceso a todas las cuentas bancarias; siempre jovial, afable,
muy al estilo Flanders, el personaje de los Simpson, una persona que en
el caminar denotaba lo que fue: una persona honesta y un caballero del derecho.
Unidos los egresados
luchamos por buscar su tipo de sangre y plaquetas, unidos lo lloramos y
lamentamos su pronta partida, más sin embargo unidos hoy nos sentimos herederos
de una tradición jurídica procesalista con enfoque humanista.
Su muerte me hizo
reflexionar, luego de lágrimas en medio de esta pugna por el poder popular,
sobre la pérdida de los maestros que han dedicado su vida a formar. El primer
maestro que despedí fue Carlos Gaviria Díaz, precisamente hace siete años:
teníamos un evento conjunto el 27 de marzo de 2015, cancelado porque desde el
17 estuvo interno en el Hospital Santafe por una afección pulmonar. Gaviria,
siempre calmo, exageradamente brillante, el académico que nos dejó sus herejías
constitucionales y la herencia hartiana en el ejercicio profesional, una
persona que destilaba bondad a dos manos. Debo confesar que aún no supero su
muerte, porque en mi sentir está que al menos yo merecía tener un presidente
como él, pero las estructuras mafiosas que afean a nuestro Estado Social de
Derecho le impidieron que alguien con sus calidades llegase al poder. Tuve la
dicha de disfrutar de su presencia en dos ocasiones, pero para mí bastaron para
considerarlo un pilar e inspiración en todas las esferas de vida.
Luego falleció Fernando
Herazo Girón, el profesor de Sociología General y Jurídica. Una persona alegre,
con una didáctica distinta, fue quien un miércoles me agarró de la mano y me
dijo, ante una dificultad que tuve en el semillero de investigación liderado
por David Mercado: tu lugar es al lado de David haciéndome
regresar al espacio donde estuve 13 años de mi vida académica. Le debo mis más
profundas reflexiones sobre el comportamiento social y jamás olvidaré las
discusiones que se generaban alrededor del positivismo y del concepto de
cultura de Max Weber.
En plena pandemia fallece
mi profesora de pre-escolar, la seño Nelcy Bonivento. Curiosamente había
aprendido a leer a mis dos años por obra y gracia de mi aventajada abuela, y a
los cuatro años sólo le hablaba a ella y a mis compañeritos que me había leído La
Iliada y La Odisea y que los cuentos de los Hermanos Grimm eran para
la gente adulta. Me guio hasta el último suspiro, nunca dejamos de hablar, y
celebró conmigo cuando empecé mis pinitos en la docencia mientras laboraba en
Grupo Éxito. El Covid-19 se la llevó y me dejó un vacío que nadie,
absolutamente nadie ha llenado, ni llenará. La seño Nelcy fue clave en
mi vida cuando mis padres se separaron y me apoyó en cada lectura o proyecto
loco (como por ejemplo lanzarme a representar a mis compañeros de curso o
protestar porque nos quitaron la alimentación escolar).
Cuando un maestro muere,
algo de nuestro ser, cuando somos agradecidos, cae el otoño. Aunque a su vez
surge, en quienes disfrutamos de las mieles del saber que desprenden los
docentes, el deber de continuar replicando lo que en los tableros y su actuar
nos han enseñado. Un buen maestro no obliga a que se piense como él, ni
supedita la calificación a esa imposición, porque su misión es formar, no
convencer; su única pretensión es que se logre la libertad individual a través
del pensamiento por sí mismo, porque un estudiante no es un correligionario o
un cúmulo de adeptos que adoran como se adora a un mesías.
Un maestro es el
entrenador hacia la virtud, es el catalizador del pulimiento intelectual y
espiritual. Un maestro es la representación de la intensa diferencia entre el
ser erudito y el ser sabio: un maestro no solo conoce la ciencia, sino que se
deja sensibilizar de ella, y la aplica a su vida, vive de ella.
Siempre demos gracias a
los maestros, sin ellos estaríamos en la eterna oscuridad y en el frío
invierno.
¡Adiós Maestros! Nos
encontraremos en la Unidad condensada en el Oriente Eterno.
Excelente.
ResponderBorrarHola profe! Muchas gracias por su apreciación. Un abrazo a su alma.
BorrarProfunda reflexión
ResponderBorrarHola apreciada Carmen! Muchas gracias por su apreciación. Un abrazo a su alma.
BorrarComo decía Martin Luther King: No me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos. El cartagenero del común es indiferente e indolente ante la problemática que atraviesa nuestra ciudad. Los pueblos tienen los líderes que se merecen.
ResponderBorrarApreciado amigo! Muchas gracias por su apreciación. Un abrazo a su alma.
BorrarExcelente, lindas palabras y cuan ciertas son!
ResponderBorrarQuerida Jennifer! Muchas gracias por su apreciación. Un abrazo a su alma.
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